El Diario del sitio de Puebla de Carlos Casarín, encontrado dentro de un pequeño sobre en el AGN, abrió múltiples caminos para adentrarnos en la personalidad y azarosa vida de uno de los editores y redactores de La Orquesta, Carlos R. Casarín (marzo de 1840-agosto de 1863),5 quien ha propiciado mitos a través de sus diferentes facetas: escritor, periodista, militar y estudiante de medicina (figura I.1). Estos caminos se cruzan entre 1861 y 1863, para ofrecernos visiones cambiantes del personaje que, con frecuencia, resultan contradictorias con la historia que alrededor de él se formó y que la investigación en archivos aclara poco a poco. Hemos rescatado su breve biografía a partir de fuentes primarias, ya que las secundarias proporcionan un mínimo de información, algo común en el entorno periodístico del siglo XIX.
El mismo día en que comienza la publicación del bisemanal La Orquesta, el primero de marzo de 1861, el ejército le expidió a Casarín el nombramiento de comandante de escuadrón, capitán primero de caballería, al que siguió adscrito hasta su muerte en 1863. La noticia sobre su ingreso al ejército la proporciona su madre, doña Mariana Escalante de Casarín, cuando escribe para pedir su expediente, que se guardaba en la Contaduría Mayor del Ministerio de Guerra en enero de 1869. Se le respondió de inmediato que el documento estaba listo. Comparando la letra de la firma de la madre y el texto de la carta se observa una diferencia en la grafía, el texto lo elaboró un escribano y la firma sí es autógrafa6 (figura I.2). La carta relaciona como primos al caricaturista de la revista, Constantino Escalante, con el jefe de redacción, Carlos R. Casarín, fundadores de La Orquesta.
Una caricatura muestra a ambos: Casarín toca el violín mientras Escalante, con la pluma litográfica, aporrea el tambor, como una pequeña orquesta,7 la cual se dirige a un auditorio que se transforma en un coro de voces masculinas —las mujeres no tenían cabida en la esfera del gobierno decimonónico— que representan a los políticos de la época, quienes, a partir de su desempeño público, dieron el tono a la publicación al ser criticados mordazmente en los escritos de Casarín y las caricaturas de Escalante (figura I.3).
Como un juego, los miembros del periódico se hacían los muertos cuando no alcanzaban a cumplir ciertos trabajos; así Constantino finge su deceso, pues no había terminado el dibujo sobre la piedra litográfica para mandarlo a imprimir, por lo que le dice al asistente que viene por la piedra “que la han puesto en su tumba”.10 Para septiembre, en una nota con un tono más serio titulada “Defunción”, imprimieron la siguiente noticia:
Con lágrimas en los ojos y anudada la garganta […] anunciamos la muerte de Don Carlos R. Casarín a causa de una piedra que equilibraba las banderitas con que se adornaba la Ciudad […] Murió después de una agonía prolongada y cruel. Nosotros, su presunta esposa e hijas le encomendamos al patriotismo para que se le dedique una oración cívica. H. Iriarte, Constantino Escalante, M. C. Villegas y Dorotea Barrio, no firmando sus hijas por no haber nacido.11
¡La broma se descubre en el mismo texto! Carlos no tuvo hijas y nunca se casó. La Orquesta publica un extenso artículo bajo el encabezado “Esplicaciones” [sic], donde habla de la juventud, “cuando no había más que risas, alegría y esperanzas […] pero una vez que el enemigo está en las calles de Veracruz […] lloramos de rabia y de indignación. Nos sentimos en este momento pobres, débiles impotentes y sin embargo nuestro corazón es grande […] Nuestro lema, el lema de todos los hijos de este país, será de hoy en mas: Unión, Libertad, Independencia”.12La partida de Carlos R. Casarín para servir bajo las órdenes del general Ignacio Zaragoza se anuncia en La Orquesta el 21 de diciembre de 1861. Probablemente sale de la Ciudad de México rumbo a Puebla en enero de 1862 y regresa a fines de junio o principios de julio, ya que en una misiva le expone al ministro de Guerra que tiene licencia para curarse de unos males y que carece de recursos. Por eso solicita que se “le expida su justificante de revista de este mes, para que se le abonen sus haberes con igualdad a la guarnición, cosa sin la cual, no podría atender a la curación de los males que contrajera en la fatiga de la campaña. Por tanto suplica se sirva concederle lo que solicita expidiendo para ello las órdenes correspondientes en lo que resiviré [sic] gracia y justicia”.13
Ignacio Zaragoza se da por enterado dos días después de que el presidente Benito Juárez ha mandado atender el justificante de pasar revista por el mes de julio al capitán Carlos R. Casarín, firmado en el Cuartel General de Acatzingo con el lema Libertad y Reforma.14 Las rápidas concesiones de permisos hacen pensar en el papel que jugaba el jefe de redacción de La Orquesta como figura pública, con un peso entre los periodistas de oposición (figura I.4).
El retrato del presidente Juárez, adusto como todos, lo muestra libre aún de las líneas que la guerra contra la intervención francesa y el segundo Imperio dejarán en su rostro, siempre imperturbable (figura I.5).
Una de las batallas más importantes en que participó Casarín, desde su incorporación al ejército en el mes de enero y hasta su retiro con permiso, fue la que se libró en las Cumbres de Acultzingo, el 28 de abril de 1862. El diario acontecer de esta batalla quedó narrado por él en Las glorias nacionales, en la que Escalante dibujó la litografía donde destacó la presencia de Ignacio Zaragoza y la de su primo Casarín (figura I.6). La narración del teniente de caballería empieza con los antecedentes, cuando en el estado de Veracurz se firmaron los tratados preliminares de La Soledad, el 19 de febrero de 1862, entre el ministro de Relaciones Exteriores Manuel Doblado y el general español Juan Prim, representante de la Alianza Tripartita. El tratado se frustró por la presencia de Juan N. Almonte, quien tenía la misión —encomendada por Napoleón III— de establecer una monarquía en México. El ejército francés se instaló en Orizaba.15 En ese momento empezaron las hostilidades entre los contrincantes.
La instrucción que dio el general en jefe Ignacio Zaragoza el 26 de abril fue que regresaran las tropas que estaban en San Agustín del Palmar (en el estado de Veracruz) para unirse con las que venían de Puebla y Querétaro. El día 27 se enviaron correos a Tehuacán a José Rojo y Mariano Escobedo para que sus fuerzas ocuparan las Cumbres de Acultzingo hasta San Agustín del Palmar. El enemigo acampó en el Rancho de Tecomaluca [Tecomalucan] que está al pie de las Cumbres. Durante esa noche la caballería mexicana hostilizó a los franceses. “La brigada de Morelia en el centro, Escobedo en el flanco derecho, Negrete en el flanco izquierdo, las fuerzas de Querétaro en reserva. Todo el mundo permaneció a campo raso y con un frío que partía piedras”.16 Casarín dedica un párrafo a la labor de las mujeres que acompañaban a sus hombres “recorriendo intrépidamente el campo” para llevarles comida, quizá una de las primeras descripciones de las soldaderas, famosas durante la Revolución. El día 28 llegó el enemigo al pueblo de Acultzingo. La batalla se llevó a cabo en varios frentes y los diferentes batallones mexicanos tuvieron que retirarse; fue una ruda jornada en la que todos se distinguieron. Los mexicanos sabían que no oponían una defensa formal sino una resistencia pasajera para minar al enemigo, que perdió 500 hombres. Los franceses regresaron a Orizaba, como se observa en el dibujo de Escalante, quien ubica a Casarín al lado de Zaragoza, reconocible por la vestimenta y el sombrero que difiere de los demás. Casarín califica la jornada del 28 de abril como el primer hecho de armas entre los franceses y los mexicanos, un “digno prólogo del inmortal Cinco de Mayo”.
En el primer plano de la litografía vemos a Zaragoza victorioso, aunque fueron varios los generales que se involucraron en el ataque desde distintos flancos: Mariano Escobedo, José Rojo, Porfirio Díaz y José María Arteaga, quien llegó a estar a 50 metros del ejército francés.
Debido a esta jornada y a la batalla del Cinco de Mayo, Casarín recibió medallas de honor. Al regresar a la Ciudad de México se enfermó gravemente, como podemos leer en sus misivas. No obstante, prosiguió su trabajo en el periódico y mientras se recuperaba preparó su texto para Las glorias nacionales. Los anuncios de suscripción para adquirir esta publicación empezaron a salir en el bisemanal en el mes de agosto.17
El regreso de Casarín al frente lo anuncia La Orquesta el 16 agosto de 1862, pues se termina el tiempo de su licencia: le desean buen viaje y mejor regreso. Le recuerdan que su pluma allá no le será ingrata para que termine “Perfiles y bosquejos” y le reclaman el hecho de no haber concluido este conjunto de esbozos narrativos.18 Uno de los breves borradores que quedó sin terminar fue “El arco roto”, por lo que su público “no quisiera ver al primero sin concluir”.19 Este último tiene que ver con el sueño de muchos artistas de mediados del siglo XIX: “hacer el grand tour”, que incluía una estancia en Roma o en París. En resumen, la historia es la de un enamorado que desea ir a París a tocar el violín y regresar como un gran artista para alcanzar la mano de la bella dama. Los primeros días que tañe su violín en los bulevares franceses recibe monedas de los paseantes, pero al llegar el invierno éstas fueron más escasas; en su desesperación rompe primero el arco y luego el violín. Al caer los copos de nieve, la historia se interrumpe y no conocemos el final, que no llegó a escribir pues partió al frente el día 21 de agosto. Los detalles de sus movimientos en este breve periodo quedan en el terreno de la especulación y no los podemos conocer más que con gruesas pinceladas.
El ambrotipo inédito muestra a un Zaragoza tranquilo, posiblemente después de haber vencido a las tropas del conde de Lorencez; su mirada directa refleja su voluntad de continuar la lucha. El lenguaje corporal es contradictorio, vestido de civil en el estudio de un fotógrafo no identificado, ciñe en sus manos la espada desenvainada que reposa en las piernas; una velada amenaza al enemigo, local y extranjero (figura I.8).
A fines de agosto el C. Blanco avisa oficialmente al general en jefe del Ejército de Oriente, Ignacio Zaragoza, que no tiene ninguna noticia de que Casarín haya regresado,20 pero Zaragoza lo salva, pues le escribe al ministro de Guerra desde el cuartel general del Palmar, solicitando que el “Sr. Presidente prolongue el permiso que tenía Casarín”21 por estimar que la enfermedad del redactor en jefe “es considerable” (figura I.7). La muerte del general por tifo murino acaeció el 8 de septiembre, a la edad de 33 años.
Hilarión Frías y Soto22 presenta su renuncia como redactor en jefe de La Orquesta el 17 de septiembre de 1862 y se anuncia el regreso del “antiguo redactor Carlos R. Casarín”. A éste el ejército le ofrece en octubre de ese mismo año media paga por pertenecer al Ejército de Oriente. Casarín solicita su adscripción al Batallón Zaragoza, petición que le es concedida por Jesús González Ortega, entonces ministro de Guerra, el 4 de noviembre, pero la historia le dictaría otro futuro (figura I.9).
Envuelto como estaba en los asuntos de guerra, el redactor y estudiante de medicina acudió a una función de ópera italiana en el Gran Teatro Nacional el 13 de noviembre de 1862, organizada en beneficio de los hospitales de sangre. Cuando “a propósito del Himno Nacional, el pabellón mejicano [sic] apareció en escena en las manos de la Srita. Gonzáles todo el mundo se puso de pie, en un arranque de entusiasmo para saludar aquel pabellón a quien la Europa había puesto en situación tan crítica y de la que sin embargo había salido con gloria”.23 El presidente, los ministros, todos de pie…, a los que no se levantaron se les llamó traidores. Éstos resultaron ser Juan López Meoqui, Luis Portu, Ramón de Errazu y Francisco de Lizardi, quienes mandaron a El Siglo Diez y Nueve una explicación “para el público […] no para el articulista que se propasa a desmanes indebidos y a calumnias dignas de su soez pluma”.24 La anécdota continuó: “El Sr. Errazu contestó de forma despectiva que hirió profundamente al Sr. Casarín y lo obligó a enviarle los padrinos”, quienes arreglaron el duelo.25 Pablo Piccato estudia cómo durante la intervención francesa y el segundo Imperio, periodos que generaron profundas y sangrientas confrontaciones, la práctica del duelo coexistió con otras costumbres de las clases altas, que seguían los patrones europeos.26 El renovado interés por el duelo coincidió con la ofensa ante todo aquello que ponía en entredicho el honor y la reputación de los individuos en lugares públicos.
En el duelo, que tuvo lugar cerca de la Hacienda de la Teja el 18 de noviembre de 1862, el doctor Errazu fue herido en la mandíbula inferior y Casarín en el hígado. Después el escritor fue llevado a la Hacienda de la Teja, propiedad de don José Rincón Gallardo y Rosso y de ahí emprendieron la caminata por lo que llegaría a ser el Paseo de la Reforma hasta llegar a la plaza de toros, entre las calles de Rosales y el Ejido (donde hoy comienza la avenida Juárez). Casarín no pudo más del dolor y llegó a su casa para entablar la lucha contra la muerte; venció los peligros después de dos meses de cuidados.27
La Orquesta del 22 de noviembre reproduce la nota que El Monitor Republicano publicó acerca del hecho:
A consecuencia del artículo en La Orquesta escrito con la noble energía de un joven entusiasta, que siente arder en sus venas la sangre de un mejicano [sic], de un joven que antes de escribir ha ido a batirse con los franceses y ha conquistado las gloriosas medallas de Acultzingo y del 5 de mayo, ha habido un lance de honor entre el Sr. D. Carlos R. Casarín redactor de La Orquesta y el Sr. D. Ramón Errazu en el que ambos se portaron muy bien, quedando heridos de espada, el Sr. Errazu en la mandíbula inferior y el Sr. Casarín de alguna gravedad en el costado […] es digno de lamentarse el resultado de este asunto. El Sr. Casarín es universal y merecidamente apreciado por su talento, su valor, su entusiasmo y su patriotismo y como escritor público y amante de su país debía registrar en su periódico un hecho que no podía calificarse de otro modo que como un insulto a nuestra bandera, como un desprecio a las instituciones que nos rigen o como desafío a un público que en pie manifestaba su entusiasmo y su respeto a esa bandera mas querida mientras mas traten de escarnecerla los enemigos de nuestra independencia.28
Ya en diciembre y recuperado Casarín, Agatocles29 escribe un soneto dedicado al redactor, donde lo describe como un flaneur y al final de cada una de las seis estrofas se pregunta por qué la R. entre Carlos y Casarín. Si antes no había surgido esta pregunta es porque Agatocles lo conocía como editor, soldado y la R. pertenecía a la incial que adoptó como redactor en los primeros cuatro números en la primera plana de La Orquesta, pero ahora: